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Diario YA


 

Yo conozco a Jose Antonio Kast

Gonzalo Rojas
Para que ocupe la Presidencia de la República, vamos a elegir a una persona, a un ser humano.
¿Qué convicciones tengo sobre José Antonio Kast, a quien conozco desde hace ya más de 35 años?
Ante todo, el reconocimiento de su fe; de su fe en Dios y en su Madre, sentido primero y último de toda su vida; y de su fe – confianza- en las personas, en las instituciones, en la ley, en Chile.  Ser una persona de fe, como lo es José Antonio, obliga, compromete y complica. ¡Es aparentemente tanto más fácil ir por la vida declarándose escéptico, agnóstico, perplejo o ateo!
Su fe lo ha llevado a ser un optimista permanente.  Cuando irse de la UDI parecía la auto condena al fracaso, él lideró a todos los que tomamos esa misma decisión; cuando plantear una ¡dos! candidaturas presidenciales sonaba a hacer el ridículo, Kast demostró que era el único camino de esperanza.
Ese optimismo va unido en José Antonio a una fortaleza difícil de equiparar. Se ha demostrado desde aquel día en que entró a mi oficina universitaria con una bandera del MIR, que acababa de sacar de un patio en el Campus Oriente, a vista y paciencia de decenas de sus compañeros, hasta su valentía para arriesgar el pellejo ante algunos auditorios intolerantes. El hombre no se doblega.  Es muy sereno, pero nada de apático.
Pero la suya es una fortaleza alegre y generosa. Su carácter pícaro, lleno de simpática pillería, con un humor mucho más campesino que europeo, se ha combinado con la entrega a una familia numerosa en la que, ya lo sabemos mejor ahora, la generosidad ha sido la constante de su amor por la Pía y por sus hijos.
Nunca ha dejado eso sí, de ser una persona muy exigente. Con frecuencia se le plantean nuevos desafíos, nuevos proyectos, incluso críticas. Su respuesta habitual es ‘hazlo tú’, no para sacarse el problema de encima, sino justamente para sumar a otros responsablemente en diversas iniciativas de bien.
Además, ese rasgo propio de todo gran líder, ha ido siempre acompañado de dos virtudes suyas muy fáciles de reconocer. La humildad para asegurar continuamente, en la intimidad de la amistad, que él no es una persona extraordinariamente dotada, por lo que necesita mucha ayuda y mucho estudio; y la docilidad, para saber oír los consejos oportunos. Con cuanta constancia acudía a aquellas reuniones en que preparábamos su doble candidatura a la presidencia de la UDI (y por cierto, como debe hacerlo también el conductor superior, hubo varias oportunidades en que no nos hizo ningún caso).
No me pidan que hable de sus defectos. Solo les cuento que habitualmente recuerda que le costó un buen poco aprobar Historia del Derecho en primer año.
Pero con el examen de grado -¡qué diferencia¡- ya no tuvo ningún problema.
 

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