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Diario YA


 

“Imagino que el grito de esos pobrecitos que son asesinados antes de nacer debe llegar hasta Dios”

Los Herodes del siglo XXI

César Valdeolmillos Alonso. Decía en un artículo el eminente psiquiatra hispano norteamericano Luis Rojas Marcos, que cada día es mayor el número de personas que se queja de la ausencia de humanidad. Y añadía: “En medicina, el humanismo es un componente necesario en la relación entre el médico y el enfermo; esa relación es todo un arte de palabras, sentimientos y actitudes. El médico lo expresa con compasión, con tacto y comprensión, lo que a su vez evoca en el paciente, optimismo, confianza, seguridad y esperanza.
Qué repugnante contradicción con esta vocación humanitaria y con el juramento hipocrático que un día hicieron, la de aquellos carniceros que se dedican a practicar abortos; a asesinar a seres indefensos e inocentes, en el vientre de sus madres.
La misión de un médico, no es la de sacrificar la existencia del ser humano, sino la de actuar a favor de la vida y de la integridad física.
En la filosofía de la izquierda permanece vivo el espíritu de las palabras de Pablo Iglesias dichas en el VI Congreso del PSOE en Gijón: “…educamos a los hombres, y así le quitamos conciencias”. De una persona a la que se le ha desposeído de todo tipo de valores y se han sustituido por la semilla de un hedonismo egoísta, no se puede esperar otro fruto que el de el culto al dinero; el consumo compulsivo; la atracción por la alta tecnología; la necesidad imperante del aquí y ahora; el afán puesto en lo inmediato y lo eficaz. En una palabra: se rebaja la condición del hombre, reemplazando  los valores del espíritu —que son los que nos hacen humanos—, por el espejismo de las satisfacciones meramente materiales e instintivas, que es lo que nos iguala a los animales. Un modo perverso de seguir manteniendo al individuo sometido a los designios de una clase dominante.
Es en este contexto en el que, mediante el engaño más burdo y la mentira más obscena, la izquierda fomenta la cultura de la muerte, librando con un espectacular apoyo mediático, una auténtica cruzada, hoy a favor del aborto; mañana a favor de la eutanasia.
Cuanta hipocresía anida en el credo progresista. Se rasga las vestiduras ante la cadena perpetua contra los asesinos, pero defiende con fiereza la matanza de indefensos inocentes. Son los Herodes del Siglo XXI.
En la Roma pagana, el aborto era una práctica común, lícita y justificada, y desde luego, nadie concebía como lógica, la idea de mantener con vida a un hijo no deseado.
Los autodenominados abanderados del progreso y la libertad, carentes de mejores propuestas de futuro, pretenden hacernos regresar miles de años y sumergirnos nuevamente en el oscuro pozo de la cultura pagana, que no solo no tenía ninguna objeción moral contra el aborto sino que incluso aducía razones en su favor.
Aunque a muchos les duela e incluso sectariamente  nieguen la realidad, es un hecho histórico y una verdad incuestionable que el Cristianismo, desde sus orígenes, consideró un grave atentado contra la dignidad del ser humano, la destrucción de la vida que estaba albergada en el vientre de una mujer. Tan indiscutible fue el cambio en la consideración que se le debía al no nacido, que Juliano el Apóstata, llegó a reconocer que el concepto cristiano de la vida se impuso en la sociedad de su tiempo. Ello supuso el triunfo del amor sobre el egoísmo materialista y deshumanizador. A diferencia de la sociedad pagana imperante hasta entonces, el cristianismo confirió un sentido a la vida y una dignidad, incluso a aquellos a los que nadie estaba dispuesto a otorgar un mínimo de respeto; concibió la vida como un proyecto de apertura y desarrollo de posibilidades; como una realidad plena, raíz de la que se nutre, brota y desarrolla todo lo demás.
«Cada vida es un punto de vista sobre el universo», decía Ortega.
Sin embargo, dos mil años después, hay que mirar con profunda preocupación la permanente cruzada laica y materialista de una izquierda sin brújula, huérfana de un proyecto de futuro que ofrecer a la sociedad y asida desesperadamente a la demagogia, la mentira y el populismo de las propuestas que destruyen la esencia del amor y rebajan la dignidad de la persona al nivel de las bestias, como la de vender a la mujer como un derecho, la esclavitud del aborto, un doloroso paso que no consiste en otra cosa que abrazar el efímero presente y renunciar a toda esperanza de futuro. Es la filosofía del materialismo puro en la que con cuanto más tenemos, más vacíos nos encontramos. Tan vacíos que a menudo podemos escuchar una frase que solo refleja el sin sentido de una vida exenta de valores: “ahora vivimos mejor, pero nos sentimos peor”.
 

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