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Diario YA


 

No es raro que el término resulte bastante desconocido para la gente

La sofrosine necesaria

Francisco Rodríguez Barragán. Si preguntamos a la gente si saben lo que es la sofrosine seguramente pensarán que se trata de algún medicamento. Algunos quizás sepan que se trata de un término griego que puede significar la templanza, la moderación, el dominio del espíritu sobre el cuerpo, es decir el autodominio de las propias pasiones, el honesto vivir que dirían los romanos. Que el espíritu domine los instintos y frene las pasiones sería la realización de la sofrosine. No es raro que el término resulte bastante desconocido para la gente, ya que llevamos varias generaciones en las que no se educa a la juventud para la moderación y la templanza, sino para el goce y disfrute de los placeres sin límite ni responsabilidad.

No dudo que haya un sector de gente que cultive su espíritu y domine sus pasiones, pero lo que predomina en el ambiente es lo contrario. Hablar del espíritu de forma seria se tiene como algo de mal gusto, como querer volver a épocas superadas. Gozar del alcohol, de la drogas y del sexo sin limitaciones viene a ser la meta de mucha gente. Dominarse a sí mismo, para llevar una vida honesta y austera, se considerará una estupidez para los que han ido creciendo en la satisfacción de sus caprichos, en la exaltación de todos los placeres. La distinción en cada uno de nosotros del cuerpo formando parte de la naturaleza y del espíritu del mundo de los valores, de la verdad, del bien, de la libertad y la necesidad de armonizarlos para que sea el espíritu, y no la ciega naturaleza, quien rija nuestras vidas, apenas si merece atención. El culto al cuerpo resulta más absorbente que cualquier otra cosa. Desde los años sesenta del pasado siglo en los que estalló la revolución sexual y el movimiento hippie, el mundo ha sufrido una profunda transformación.

 Se produjo la eclosión de la ideología de género al mismo tiempo que se descubrían y comercializaban los anticonceptivos. Las mujeres fueron convencidas por los desaforados gritos de Simone de Beauvoir, de que tenían que liberarse de la trampa de la maternidad, de las ataduras de la naturaleza, para conseguir la plena igualdad con los hombres. Los anticonceptivos ofrecieron a las mujeres la oportunidad de ejercer una sexualidad activa sin riesgo de embarazo, de librarse de la maternidad, de gozar de otras formas de sexualidad. El matrimonio y la familia, en gran parte, perecieron en el tumulto. La sexualidad dejó de ser un vínculo amoroso abierto a la constitución de una familia, donde los papeles de padre y madre, de esposo y esposa, estaban llenos de sentido a entenderse como un producto cultural que puede cambiarse a voluntad de las personas y de los gobiernos. La relación hombre/mujer puede cambiarse por la relación mujer/mujer, hombre/hombre y cualquier otra combinación que se presente. Las relaciones sexuales entre niños y adultos están tratando de ser legalizadas en algunos países.

La educación entendida como sacar de cada educando lo mejor de sí mismo, ayudarle a ser persona, ha pasado a ser una información interesada de los valores, fobias, filias e ideologías de los educadores. Reducir la sexualidad a facilitar información sobre anticonceptivos, preservativos y píldoras, ha llevado a la situación actual: sin educación en la sofrosine, la templanza y el dominio de sí mismo, las pulsiones sexuales se convierten en urgencias inaplazables que terminan en embarazos y en abortos. Mientras tanto seguimos discutiendo si hay que legislar plazos o casos para abortar, mientras nadie se ocupa de una educación capaz de hacer personas capaces de someter su cuerpo a su espíritu, sus pasiones a la razón, capaces de amar y respetar, de establecer relaciones sólidas, de crear una familia, de ser padres y madres y no simples juguetes sexuales de usar y tirar.

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