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Editorial: "Espanish sistem power"

Editorial, 10 de agosto

Ha merecido la pena madrugar para ver en directo la prueba de ciclismo en ruta. No sólo nos ha dejado nuestra primera medalla de oro en la especialidad y la número 99 en el medallero histórico español, sino que, además, nos ha impregnado la retina con momentos únicos de emoción.

Lejos de lo que pudiera pensarse, el ciclismo no es un deporte individualista, sino de equipo. Cierto es que no se comparte un resultado, y está claro que la medalla es de Samuel Sánchez porque es el que ha hecho los kilómetros del recorrido en menos tiempo; y esto es incontestable. Pero el ciclismo tiene la virtud de arrastrar a todo un país detrás porque para poner a un hombre en lo más alto del pódium es necesario que cuente con un equipo que trabaje, tire, controle, empuje y salga a la caza y captura del rival que pretende escaparse.

Es capaz de arrastrar detrás a toda una nación porque como en ningún otro deporte puede verse el sacrificio, el ganarás el pan con el sudor de tu frente, sin atajos, sin peros ni excusas. Es, como la maratón, una de esas pruebas que se impregnan de épica porque cuantos practicamos el deporte desde la butaca del salón sabemos que lo que están haciendo aquellos hombres queda lejos de ser normal, está a un paso de ser divino y siempre resulta heroico. Hoy Samuel, la quinta parte y la quinta esencia del “Espanish Sistem Power”, nos ha regalado a todos los españoles dos momentos de esos que se tallan a fuego en la retina y que casi han conseguido hacernos olvidar otros asuntos, una guerra en ciernes, un etarra en la calle y una ministra, amiga de las propinas, de vacaciones por el Caribe.

El primero ha sido el sonido del himno nacional y el izado de la bandera española a 12.000 kilómetros de casa, en el corazón de Asia, frente a la Gran Muralla. El segundo, el signo de la cruz al cruzar la meta en cabeza. Muchos dirán que es un acto reflejo, pero el asturiano lo ha tenido. Y para nosotros queda que, tal vez, sean estos momentos los únicos que estén a salvo de la zarpa nauseabunda del laicismo.

 

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