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Diario YA


 

Ada Colau resucita la figura del ciudadano delator

“La traición supone una cobardía y una depravación detestable.” Barón De Holbach.

Miguel Massanet Bosch. En la obra “Historia del clero en tiempo de la Revolución francesa” de Agustín Barruel (1814) se hace mención a las delaciones que, en aquellos tiempos, era costumbre habitual entre aquellas multitudes sanguinarias entregadas a la venganza, sin preocuparse de si aquellos sobre los que lanzaban sus acusaciones eran culpables o no, puesto que bastaba que pertenecieran a la nobleza o fueran adictos a los reyes para que llovieran las más absurdas acusaciones sobre ellos. Decía el autor: “Si en alguna parte rehusaba el pueblo pagar los impuestos, eran acusados de ello los mismos sacerdotes: en una palabra, de cualquier desorden y por cualquier motivo que sucediese, eran los autores ellos y siempre se ladeaba la acusación del lado de la aristocracia”.

Más recientemente, en la Unión Soviética, se producía la siguiente escena en una escuela de aquel país: “El profesor manoseaba compulsivamente la montura de los quevedos. Sonreía nervioso, mientras pasaba de una mano a la otra un pequeño papel mecanografiado. A su lado, un chico de apenas once años se mostraba satisfecho ante sus compañeros: Vasiliev es el orgullo de nuestro colegio –empezó el profesor señalando al joven, mientras leía el papel-. Ha dado un ejemplo que se debe seguir. Es solo un niño, sí, pero ha demostrado ser un ciudadano responsable de nuestro país…con vigilancia digna de un auténtico bolchevique, Vasiliev ha descubierto y desenmascarado a un enemigo del pueblo…”

La tímida sonrisa del maestro se hizo franca: Por supuesto, diréis, ése es el deber de todo ciudadano soviético: tenéis razón. Pero Vasiliev hizo más. Se ha portado como un héroe. Ha superado los prejuicios familiares y ha denunciado a su propio padre.” Ninguna persona noble, nadie en sus cabales ni que tenga un concepto claro de las responsabilidades de un ciudadano, puede compartir la idea que pusieron en práctica los integrantes del Frente Popular de la II República, cuando convirtieron a muchos ciudadanos en delatores, explotando los sentimientos antirreligiosos de algunos, las supuestas ofensas recibidas de otros o las envidias y antipatías de determinadas clases sociales hacia otras, por el simple hecho de ser más ricos, estar mejor situados o haber conseguido una posición más elevada. Estas acusaciones, la mayoría de ellas sin fundamento alguna, bastaban para que la justicia politizada de aquellos tiempos de la Guerra Civil, condenara, enviara a las checas o asesinara, muchas veces con un simple juicio sumarísimo y, en otras, sin él y en muchas ocasiones empleando el método expeditivo de asesinar a la víctima mediante un tiro en la nuca. En Barcelona era frecuente que los porteros de los edificios delataran a sus propietarios o inquilinos por antipatía o rencor hacia sus personas.

Ahora, que en Cataluña se ha entrado en una etapa prerrevolucionaria, que los gobernantes se han repartido entre defensores a ultranza del separatismo por una parte y por comunistas bolivarianos, antisistema, agitadores y ácratas que, como ya dijo la señora Colau, entienden que las leyes si a ellos no les gustan, pueden dejar de cumplirse y aplicar, según su criterio, aquellas normas que, aunque contradigan a la normativa del Estado, a ellos les parezca que son las que deben imperar. Hay que decir que, la alcaldesa de Barcelona, sin estar habilitada por ninguna licenciatura en leyes ni tener una preparación en cuestiones municipales, salvo su experiencia como agitadora profesional, ducha en enfrentamientos con las fuerzas del orden y experta en impedir las actuaciones ordenadas por los jueces; viene consiguiendo con rara pericia, ir implantando un verdadero régimen soviético en Barcelona, a medida de que van pasando los meses y va consiguiendo ir introduciendo, sin que, al parecer nadie se atreva a contradecirla, normas, tasas, sanciones, obligaciones, limitaciones sobre el ejercicio de la propiedad privada en una cadena de irregularidades a las que nadie se opone.

Resulta absurdo que sea, desde el propio Ayuntamiento de la capital catalana, donde se permita practicar el intrusismo y proteger que se practique por personas, la mayoría de ellos inmigrantes que, en lugar de aceptar y respetar las leyes del país que los ha acogido, han preferido mantenerse enfrentados a ellas, aunque su conducta delictiva venga perjudicando los legítimos derechos de los comerciantes o de los industriales, que pagan sus impuestos y soportan las cargas inherentes a su profesión y que, ante la impasibilidad y la contemporización del Ayuntamiento, se ven perjudicados sus derechos, disminuidas sus ganancias y, por añadidura tienen que soportar que delante de sus establecimientos se sitúen unos competidores que, aparte de quitarles indebidamente clientes, organizan verdaderas batallas campales con los policías municipales, en las contadas ocasiones en las que , desde la alcaldía, se les autoriza actuar contra ellos. Lo último que hemos conocido es que, en esta lucha que parece que se ha convertido en el leitmotiv de la actuación municipal, consistente en meterse con aquellos particulares que alquilan viviendas a extranjeros.

Además de exigirles pagar una tasa y pedir permiso municipal, han decidido que hay que acabar con este tipo de prácticas con las que, algunos ciudadanos, conseguían equilibrar sus cuentas mensuales ya que, como de todos es conocido, la ciudad de Barcelona es la más cara o una de las más caras de toda España. Y es que, por una parte, el afán recaudatorio del Ayuntamiento y, por otra, el limitar el ejercicio de la propiedad privada, parece que se han convertido en uno de los propósitos de la nueva alcaldesa. Y como, por lo visto, todavía se les escapaban algunos de estos “delincuentes urbanos”, la señora Colau ha decidido poner en práctica lo que sus “maestros” soviéticos usaban como medio de acabar con aquellos que ellos consideraban como “traidores a la patria rusa” y, en consecuencia, había que darles un destino que, habitualmente acaba con una pequeña parcela en la que enterraban sus restos.

En efecto, como también se le ocurrió a Montoro, sólo que, en este caso, para evitar el fraude fiscal; a la señora alcaldesa se le ha iluminado la inteligencia y ha decidido enviar cartas a todos los barceloneses pidiéndoles que estén ojo avizor, se pongan la estrella de comisario soviético y velen para que ningún vecino alquile de extranjis un piso a un ciudadano extranjero si es que, así podemos llamar a cualquier que llegue de cualquier país de la UE (¿qué hay de la normativa Schengen?) o ¿acaso sólo se les va a prohibir a los que los inquilinos vengan de países de fuera de la UE? En todo caso, eso de convertir a los ciudadanos en chivatos, en censores de conductas ajenas, en vigilantes de las actividades del vecino; parece que no entra dentro de los cometidos que les competen porque, y ¿si resulta que se equivocan y no hay tal arrendamiento?, o ¿si se trata de uno de estos intercambios de estudiantes?, o ¿si sólo es un intercambio de viviendas entre los propietarios de un piso en España y el de una propiedad en el extranjero? ¿Sabe la señora Colau en los líos que se puede meter y, de paso, meter al Ayuntamiento que preside? En realidad si, detrás de todo esto, no existiera el afán de meterse donde no la llaman, en crear malestar sin necesidad alguna o el dichoso afán de recaudar dinero, la cuestión se limitaría a que la guardia municipal interviniese en los casos en los que los inquilinos causaren molestias al vecindario, levantando acta y enviando al propietario la correspondiente sanción, con el aviso de las penas en que incurriría si se producía reincidencia.

Y lo mismo ocurre en el caso de pisos desocupados, para los cuales existen las mismas recomendación de denunciarlos al Ayuntamiento. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos duele presenciar como estos comunistas, resabiados, ignorantes, dispuestos a amargar la vida a los pacíficos ciudadanos y a intentar, por cualquier medio, ir limitando el libre ejercicio de la propiedad privada, esforzándose en poner cada día más obstáculos e inconvenientes; ahora intenta dar un paso más, conociendo que uno de los vicios nacionales es la envidia y otro es la natural tendencia al chismorreo, quiere valerse del personal, de la característica mala uva de algunos y del vicio de entrometerse en vidas ajenos de otros, para crear una nueva GESTAPO, KGB o como quiera que se llamen estas agencias de inteligencia, como la CIA americana; nada más que, en este caso, formada por millones de ciudadanos al servicio de los rojillos de siempre, ¡Qué le vamos a hacer, la señora Colau está visto que está dispuesta a acabar con el turismo en Barcelona y parece que lleva buen camino para lograrlo! Puede que, los que la votaran, pronto se entren de lo que vale un peine o si no, al tiempo.

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