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Diario YA


 

Ética y soledad

José Escandell. 8 de noviembre.

Hay que tener un espíritu firme para arrostrar la soledad. Es doloroso ser singular, actuar de manera diferente a como lo hace todo el mundo. Es preferible la coincidencia con los demás, y el «todos lo hacen» sirve por lo general para justificar la propia conducta y como referencia subjetiva para acertar con lo adecuado. Es lo que sucede en la imitación. Cuando se actúa por imitación se da por supuesto que el actuar de los demás es acertado, y se toma por síntoma de ello el hecho de que sean todos o muchos los que lo aceptan y realizan. El «ir por libre» puede ser síntoma de falta de sentido. Aunque el seguir a la mayoría puede ser también señal de falta de personalidad.

Pero lo correcto y lo falso no se miden por el mayor o menor consenso. Los movimientos homosexuales, por ejemplo, han hecho palanca sobre lo singular de las conductas que ellos promueven y la condición de contracorriente de sus propuestas. Hacen lo mismo algunas campañas publicitarias que apelan al valor de lo singular. Quien consigue enfrentarse con la moda y la masa puede percibir una íntima sensación de poder. Sin embargo, esa vivencia no garantiza nada. Al fin y al cabo, por otra parte, si la mayoría se comporta de cierta manera por algo será.

La mentalidad de masa, el espíritu gregario, se basa en la aparente universalidad del hecho patente de que todos aceptan lo mismo. Frente a ello, lo que sólo unos pocos individuos piensan o hacen tiene apariencia subjetiva, parcial, relativa. Como que la mayoría confiere una cierta universalidad y objetividad o absolutez. Lo cual, por otro lado, es posible cuando los individuos que componen la masa son completamente iguales. En cuanto iguales, son indiferentes entre sí: da lo mismo que un individuo particular piense algo, puesto que lo mismo hace, o puede hacer, cualquier otro individuo. Los elementos de la masa son indiferentes e intercambiables; por eso, lo que piensa cualquier individuo particular es lo que «se» piensa. La mente de los individuos iguales es una mente universal, por lo mismo que es impersonal e igualitaria.

El democratismo morboso alcanza hoy una de sus cimas en los proyectos de morales planetarias, globales y compartidas. Es el caso del movimiento promovido por Naciones Unidas. Es el caso de las teorías morales procedimentales, de Rawls, Apel, Habermas… o Cortina. Abandonado por todo este gentío el concepto de lo moral absoluto, predican morales consensuadas, cuya única apoyatura es el acuerdo de hecho entre todos los miembros de la sociedad mundial. Naturalmente, el cauce por el cual se haya de llegar a esa moral mundial acaba siendo el de la voluntad de los intelectuales y poderosos que controlan el mundo. Pero el problema esencial no es ese, sino más bien el de la lamentable confusión entre universalidad y masificación. Una ética consensuada, basada tan sólo en la racionalidad impersonal e igualitaria de la masa, no alcanza más que una falsa universalidad. Es entonces cuando la sociedad se constituye en un elemento de opresión, ante lo cual hay que tener el valor de optar por la soledad. Es una obligación moral.

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