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Diario YA


 

el 90% de los padres, después de una prueba de amniciosintesis con diagnóstico de síndrome de Down, deciden abortar

¿Un monumento a Irene Montero?

Jorge Hernández Mollar. Entre tanto ruido político y mediático alrededor de quienes aplauden y abogan por el derecho de la mujer a disponer de la vida de un ser humano aún no nacido, se ha producido en Andalucía un hecho que debería remover las conciencias de quienes invocan la ley, aunque sea moral y éticamente injusta, para justificar sin cortapisas el aborto.

El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, asistió el lunes pasado a la inauguración de un monumento dedicado en Constantina (Sevilla) a Antoñito González, la primera escultura dedicada a una persona con Síndrome de Down en Europa. Moreno aseveró que “estas personas han logrado que la agenda política los tenga en cuenta y que los gobiernos se comprometan a elaborar leyes que garanticen sus derechos, dedicando recursos a su atención y abriéndoles oportunidades de todo tipo.”

Lo cierto es que desde la asociación Down España aseguran que están naciendo aproximadamente algo menos de un tercio que a finales de los años 80 como consecuencia de la legislación que ampara el aborto y llegan a la conclusión de que el 90% de los padres, después de una prueba de amniciosintesis con diagnóstico de síndrome de Down, deciden abortar.

¿Cómo se compadecen las palabras del presidente de la Junta al inaugurar el monumento dedicado en Constantina a Antoñito, con el monumento y los aplausos que los parlamentarios de España levantan a quien ha decidido  que se les impida el derecho a la vida? ¿qué pensarán esos padres y familias que arropan y rodean con todo su amor y cariño, a tantos Antoñitos y Antoñitas que un día tuvieron la generosidad de darles la oportunidad de vivir? ¿qué pensará también Telmo Irureta, el actor revelación de los premios Goya, aquejado de una parálisis cerebral?
 
Las palabras del eminente profesor Jerome Lejeune, descubridor del síndrome de Down, deberían hacernos reflexionar: “Se podría imaginar, una sociedad tecnocrática en la que se matara a los viejos y a los deficientes, y donde se acabara con los heridos del camino. Pero esta sociedad sería inhumana. Estaría pervertida por un racismo tan tonto y tan abominable como los otros, el racismo de los sanos contra los enfermos”

Las leyes recientemente aprobadas en nuestro Parlamento como las del aborto, la de la eutanasia, la ley trans o la del si es si, son leyes perturbadoras, moralmente inaceptables e injustas con el ser humano y la dignidad de la persona; están impregnadas, además, de un tufo de inhumanidad y racismo genético. Lejos de confiar en que un partido político sea capaz de poner coto a este burdel ideológico que nos invade, es a la sociedad civil y a cada uno de nosotros a quienes nos corresponde  asumir la responsabilidad de educar a los hijos en la valoración de la maternidad, del matrimonio entre un hombre y una mujer y en una visión responsable de la sexualidad hoy tan degradada. Tarea nada fácil en la sociedad decadente en la que vivimos y que casi exigiría una revolución: “cuando la dictadura es un hecho, la revolución se vuelve un derecho” (Victor Hugo). ¿Seremos capaces de acometerla?

 

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